lunes, 19 de octubre de 2015

Viaje en bus

Tres historias diferentes, todas durante un viaje en bus y desde la visión de una misma persona.

Historia #1 

Escaneé rápidamente los asientos, buscando aquellos que estaban libres hacia el pasillo y no hacia la ventana, que es donde me gusta hacerme cuando comparto el puesto con un desconocido, elegí uno cerca de la puerta trasera, un señor de la tercera edad se encontraba allí. No habían pasado ni dos minutos y ya había comenzado a hablarme, al principio no fue nada, simplemente me preguntó la hora e hizo un chiste que no comprendí porque para colmo de males, aquel sujeto estaba en claro estado de alicoramiento; pasados unos minutos volvió a abrir la boca, esta vez para preguntarme el nombre, "Daniela", mentí y pasó a preguntarme la edad, en aquello sí fui sincera, que muy joven, me dijo y me contó la fecha de su nacimiento, en mi cabeza los números comenzaron a apilarse y las dos neuronas que me sirven para las matemáticas empezaron a forzarse entre sí. 

La conversación comenzó a tomar tintes políticos, que Maduro, que Santos y yo con mi "ajá" y mi risita incómoda, tratando de desanimarlo para que dejara de hablar, sobre todo de alzar la voz y más que nada de respirarme todo su tufo encima. Lo próximo que hizo fue pedirme permiso para bajarse del bus ¡Aleluya! Jamás el silencio había sonado con tanta belleza. 

Historia #2

Todo el día había sido lluvioso y ese momento no fue la excepción, coger un bus bajo el agua no es nada cómodo, después te subes y ¡Sorpresa! no hay puestos libres, tienes que buscar la manera de sostenerte de pie con una sombrilla mojada en la mano. Pasé entonces a ubicarme en el pasillo, en la posición usual de quienes van parados, de ladito, dándole la cara a una persona y la espalda a otra, la persona del frente parecía no darle importancia a la situación, iba dormida, sin preocupaciones, no obstante, la de atrás parecía estar molesta porque mi maleta la rozaba levemente, trate de no estresarme con el hecho de que me corriera el bolso a cada segundo. 

Todo iba bien, hasta que decidió hacerme el reclamo, la mujer estaba bastante embarazada, sin embargo, mi bolso no interfería para nada con su "situación", ella iba claramente sentada, cómoda, sin mayores problemas y era yo quien iba de pie, mojada por la lluvia, húmeda de sudor (por las ventanas cerradas, la cantidad de gente y la rabia que emergía), no me pude contener, tuve que responder, casi gritar, decirle un par de verdades a esa mujer que posiblemente por su "condición" creía que todo el mundo tenía que lamerle los pies, pues yo no, qué se joda o qué la jodan, ya que claramente no le choca y que entienda de una vez por todas que va montada en un bus y no en una limusina. 

Santo remedio, no volvió a dirigirme la palabra ni a manosearme la maleta. 

Historia #3

Mi mirada se desvió hacia la ventana, iba inmersa en mis propios pensamientos, la mujer que iba a mi lado me miraba de reojo de vez en vez, quizás por que sentía que al mirar en dirección a la ventana (donde ella se encontraba) la estaba observando a ella; pero no era así, no puedo recordar cómo lucía ella, ni qué llevaba puesto, no recuerdo la cara del busero, ni la de ningún pasajero. Experimenté una desconexión, cada tanto me venían recuerdos chistosos a la cabeza que me hacían sonreír, la señora del lado volvía a mirar, posiblemente pensando que me reía de ella o molesta quizás porque no  le compartía el chiste. 

La mente es un lugar a veces hermoso en el cual habitar. 


sábado, 10 de octubre de 2015

La metáfora del amor

Hoy les propongo un juego para la imaginación, algo así como un cuento mental donde yo les sugiero una historia y ustedes crean las imágenes en su cabeza. Supongamos que tenemos un jardín lleno de flores, de todos los tipos, de todos los tamaños, de todos los colores, de todos los aromas... Sin embargo, hay una flor entre todas a la que le tenemos un mayor aprecio que a las demás, esta flor te permite que te deleites con su belleza, que la acaricies, que aspires sus aromas; sin embargo, la flor no hace lo mismo por ti y tampoco se niega a que otros disfruten de sus gracias, tú entonces puedes tomar dos caminos, uno sería el de la libertad, disfrutar de la flor pero dejándola ser libre, dejándola ser; el otro camino es el de la opresión, podrías cortar la flor y mantenerla cautiva, seguramente ella viviría bien por un tiempo, pero con el pasar de los días, comenzaría a marchitarse. 

Este cuento tan cursi, simple e infantil, no es más que una metáfora para el amor, la mejor que se me ha podido ocurrir para ejemplificar mi punto de vista acerca de esta palabra tan famosa y tan mencionada al rededor del mundo. Para mí el verdadero amor es contemplativo, quien ama verdaderamente se complace con la presencia del ser amado sin atarlo, sin ponerle límites, sin establecer reglas para su amor, más allá de esto el amor simplemente no puede subsistir, porque al igual que la flor se marchita, se muere...