lunes, 21 de diciembre de 2015

Una entrada al amor

Mi vida comenzó un viernes 24 de mayo a las 6:30 pm, nací dándole la bienvenida al fin de semana y mi existencia nunca dejó de serlo. Mis primeros años de vida estuvieron llenitos de amor y de juegos, tuve una muy buena infancia, no puedo quejarme, nunca me faltó nada y en cambio sí tuve demasiado; tuve la fortuna de nacer en la década de los noventa cuando Cartoon Network valía la pena y cuando las canicas, las muñecas, la "chucha cogida" y el "escondidijo" eran los juegos de moda, en lugar de la tablet. Tuve también la fortuna de llegar al mundo formando parte de una familia nuclear, donde no me faltó un padre, una madre o un hermano y que aunque hubiese querido nunca hubiera podido escoger a una familia mejor.

Después despertó la adolescencia, la pubertad, todo un universo de cambios; mis senos se formaron, el acné hizo su aparición, las hormonas hicieron una fiesta donde se embriagaron y todo constituyó una constante montaña rusa de subidas y bajadas, he de admitir que esta no fue la etapa favorita de mi vida, no extraño el colegio, no extraño los "brackets", no extraño el baile hormonal, no extraño casi nada y jamás elegiría volverla a vivir, sin embargo, agradezco haber pasado por ella, porque finalmente fue el empujoncito necesario para llegar a la "adultez".

Pero antes de cumplir los 18 hubo una etapa que sí recuerdo con mucho cariño, es lo que yo llamo "la explosión de la emotividad" o para que todos me entiendan, la cultura urbana "emo". ¡Qué tiempos aquellos! Todo un derroche de creatividad, pintas imposibles, toques (conciertos) cada ocho días, una total desaparición del género y de la vergüenza. Creo que viví esta etapa de mi vida en un momento en el que necesitaba hacerlo, era joven, muy ingenua y con el espíritu listo para salir a hacer el ridículo sin darle importancia a lo que los demás pensarán. Diría yo que fue ese el momento más libre de mi existencia. 

Después llegó el amor casi al mismo tiempo que la universidad, a ambos les debo mucho, me hicieron sudar, reír, llorar, luchar y rendirme muchas veces. En cuanto al amor, pues bien, conocí a un hombre por quien estuve dispuesta a darlo todo, por quien incluso cambié todo lo que siempre creí ser para intentar agradarle, un hombre que nunca dio un peso por mí y a quien sin embargo le tengo un enorme agradecimiento, pienso que este descubrimiento del amor tan estrellado, no solo me ayudó inmensamente a crecer, sino que me enseñó a diferenciar el amor puro de los artificios. Vivir lo peor fue una etapa necesaria para pasar a disfrutar mucho más de lo mejor, que viene más adelante.

Lo peor fue entonces el desenlace, el fin que no fue ni tan fin porque regresé muchas veces para volver a caerme y sí que caí, caí en los vicios, en el dolor, en las noches sin dormir y los llantos en la ducha, pero entonces me levanté y me erguí más fuerte que nunca, limpié mi alma, limpié mi cuerpo, nutrí mi mente y comencé a hacer cosas por mí misma, cosas que amaba, que aún amo; conocí el teatro y con ello a muchísimas personas valiosas que pasaron a formar parte de mi vida y a llamarse amigos, amigos verdaderos, personas con las que puedo contar y entonces llegó la felicidad. 

...Y con la felicidad me permití abrir el corazón, quitarme el escudo, volverme vulnerable, volver a creer, volver a querer, y jamás me he sentido tan plena en mi vida, aquí me encuentro de pie, firme, viviendo a mi ritmo, aprovechando los que quizás sean mis mejores años de vida y dándole un espacio al amor en todas sus dimensiones. 

Recientemente hay un rayito de luz en mi vida que ha venido a traerme magia y un cariño inimaginable, ¡Qué la felicidad se esparza entonces y se vuelva genérica, como genérico es el amor!

¡Feliz navidad seres luminosos! :)