lunes, 22 de enero de 2018

Ciudad vacía

Extraño esa sonrisa suya, la forma en la que me miraba, las caminatas cogidos de la mano, la sensación de mis dedos enredados en su pelo rubio o recorriendo toda su piel, extraño sus besos perfectos, sus palabras claras, dulces, precisas, su sabiduría, lo extraordinario de ser tan especial y no darte cuenta de que lo eres. 

Extraño la vida que tenía todo cuando él estaba aquí, extraño la potencia de los colores, la frescura del viento, lo bonito de las calles. Extraño su forma de andar, extraño su bondad, sus chistes buenos y malos, lo divertido que era tratar de comunicarse en medio de dos idiomas, de dos culturas. 

Extraño recostar mi cabeza en su pecho y escuchar los latidos de su corazón, extraño también su cabeza en mi regazo, extraño las charlas sobre cualquier cosa, conversaciones trascendentales o tonterías sin sentido alguno, extraño su manera de bailar, su personalidad, su naturalidad, su autenticidad. 

Extraño su ropa, extraño verlo esperándome en la estación del metro o en cualquier lugar, extraño sus abrazos, sus regalos, su humildad, su sencillez, su amabilidad. Extraño comer a su lado, dormir a su lado, bañarnos juntos, tendernos en la cama por horas, mirar juntos el cielo...

Extraño su cuerpo, su piel, su ser, su mente. 

Extraño su sensualidad, su sexualidad, su ternura, su simpleza y a la vez su complejidad, extraño su libertad, su valentía, su ímpetu, su infinita comprensión de la vida, sus carcajadas, las caras que hacía, las palabras con acento, los días a su lado y los días como hoy, extrañándolo. 

¿Qué más puedo decir? Que lo extraño, que vacía ha quedado esta ciudad.